EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ…
Por Ramón Durón Ruiz
Este 19 de septiembre, se conmemora el 27 aniversario
del terremoto que, ese jueves a las 7:19 horas del año 1985, cimbró las
estructuras físicas y espirituales de los habitantes de las zonas centro, sur y
occidente del país.
A pesar de que en México han habido múltiples
temblores, éste liberó una energía de dimensiones inesperadas, porque a la vez
fue trepidatorio y oscilatorio, convirtiéndose en el más significativo y
exterminador de nuestra historia, pues superó por mucho los daños causados y la
intensidad de anteriores sismos, incluido el terremoto de 1957.
Debido a la censura impuesta por el gobierno federal,
a la fecha se desconoce el número exacto de víctimas, pero fue de proporciones
de desastre, que hizo imposible que las autoridades tuvieran la capacidad de
respuesta inmediata y eficiente ante tan grave conflagración, en tal sentido
surgió en el pueblo un espíritu de solidaridad, un gesto de fraternidad digno
de enaltecimiento.
El terremoto confirmó la idea de que diariamente
vivimos al límite de los milagros, centenas de seres humanos fueron rescatados
con vida de entre los escombros, en lugares en los que parecía imposible la
subsistencia, muchos de ellos aún después de pasadas dos semanas…No había
explicación científica que sustentara su vida…sólo un poder divino lo revelaba.
En mi anterior artículo comenté sobre el prestigiado
académico mexicano Dr. Ricardo Varela Juárez, profesor e investigador de la
División de Estudios de de Posgrado de la Facultad de Comercio y Administración
de la UNAM, autor de 19 libros y conferencista exitoso.
En el terremoto, siendo voluntario de la Cruz Roja
Mexicana, cuenta que llegaron al cruce de la avenida Monterrey y Durango, en la
colonia Roma, donde instalaron un campamento…De inmediato se pusieron a
trabajar en varios edificios devastados por el terremoto.
En uno de ellos –a eso de las 3 de la tarde–,
levantaron una pared, debajo de la cual encontraron a un niño que presentaba
innumerables golpes, ninguno de gravedad, al que trasladaron al campamento en
donde le dieron los primeros auxilios e hidrataron.
Los paramédicos prosiguieron con la noble tarea de
sacar algunos muertos y salvar a otros heridos, después de varias horas de exhausta
labor volvieron a levantar otra pared, en donde encontraron a una pareja
abrazada y destrozada por el impacto del golpe y a sus pies un niño; intrigados
lo observaron para luego preguntarle:
— ¿Qué no eres tú el niño que sacamos hace horas de
aquí? —Sí.
— ¿Y qué haces en este lugar? –Como me dejaron
sólo…¡me vine con mi papá!
La moraleja es profunda: ¿Quién es el ser humano que
cuando se siente solo, no busca al Padre?
Cuando la adversidad o un momento de aprieto, de
prueba o de dificultad laceren tu vida, no permitas que te hagan desfallecer;
“si caes, que sea de rodillas para orar y entregarte más profundamente al
Padre, poniendo entre sus manos aquello que te agobia”.
Cada nuevo amanecer, el Padre tiene un plan
amorosamente enorme para ti…Confía en Él, déjate guiar por su amor y luz,
arroja tu pesada carga a un lado del camino, sédele a él tu dolor.
Hoy, si tienes un problema ora, si no, también;
recuerda que la oración es vital, hace el milagro de trasladar tu existencia al
hoy y armonizando tu mente, cuerpo y espíritu, te da una mejor perspectiva de
vida, enseñándote que los problemas no son eternos, que el amor y la paz
interior te conducen a una vitalidad sin límite, a no malgastar tu poder en el
papel de víctima, de lamentaciones, preocupaciones o indecisiones…Déjalos en
sus manos, Él como médico divino traerá sanidad a ti.
Si hoy atraviesas por una crisis, un problema, una
pérdida familiar, ausencia de salud o de trabajo, recuerda que el propósito de
Dios está muy por encima de eso…Si no tuvieras problemas…estarías en la
dimensión de los ángeles.
Resulta que Audumaro y el viejo Filósofo se encuentran
en la plaza de la capital tamaulipeca, mientras sus “viejas” compraban en el
mercado, ellos paseaban a sus perros.
Con el calor de la región se les antojó tomar una
cerveza:
— Pero no nos permitirán entrar a la cantina con los
perros –dice el Filósofo.
— Veremos —responde Audumaro—, sólo haz lo mismo que
yo.
Y entra a la cantina del Beto Bolado con su pastor
alemán.
—¡Óyeme abrón! —vociferó el cantinero—, ¡No puedes
entrar aquí con perro!
—Señor, es que soy invidente y éste es mi lazarillo.
— Está bien —cuchicheó de mala gana el dueño.
A los pocos minutos llega el Filósofo…Molesto le dice
el cantinero que no se permite la entrada con animales.
— Pero es mi lazarillo.
El cantinero mira de arriba abajo al animal y
contesta:
— ¡No me ‘ingues! ¿A poco ese chihuahueño es tu
lazarillo?
— ¿Cómo? —exclama el Filósofo con voz de extrañado—
¿Me vendieron un chihuahuueño?
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