EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ…
Por Ramón Durón Ruiz
La revolución es un proceso que tiene tres etapas sucesivas y sincrónicas:
1. La lucha por el poder.
2. El triunfo.
3. La formación de nuevos estatus superiores de vida.”
Los mexicanos conmemoramos el 102 Aniversario del
inicio de una gesta tan heroica como excepcional: nuestra Revolución Mexicana;
un movimiento armado que sentó las bases para que crear instituciones.
El primer gran fruto de la revolución fue la
Constitución de 1917, que bajo el impulso de un constituyente revolucionario
lleno de patriotismo, supo fraguar la unidad de todos los grupos armados que
impulsaron el surgimiento de la educación popular, el movimiento obrero
organizado, el municipio libre, la reforma agraria, el fortalecimiento del
Poder Judicial.
Para José Ortega y Gasset: “Una revolución es
propiamente un cambio de la sensibilidad vital; una revolución no es una
barricada, significa nuevas instituciones, nuevas costumbres, nueva ideología,
un nuevo estado de ánimo.”
Pues con un renovado estado de ánimo, la nación está
pronta a recepcionar el cambio sexenal de poderes entre el presidente saliente
Felipe Calderón Hinojosa y el presidente entrante Enrique Peña Nieto.
México con sus instituciones –en algunas regiones del
país ahora frágiles y casi prendidas con alfileres–, vive hoy en día las horas
más difíciles en materia de seguridad de los últimos tiempos.
Este es el tiempo de que los actores políticos tengan
visión de gran calado, altura de miras, de que piensen en los mexicanos con
desprendimiento, ajenos a la pasión mezquina y partidaria, a la actitud
sectaria.
La transición, a la que con un amplio bono democrático
arribamos en 2000, no ha tenido resultados satisfactorios en el combate a la
pobreza extrema, la generación de empleos, la seguridad…HOY reclama a todos, a
los fuertes y a los débiles, a los estudiados y los ignorantes, a los humildes
y a los poderosos, a todos por igual una visión amplia, total, que entregue un
aporte de positiva fecundidad al surco abierto de nuestro porvenir.
Cada presidente ha sido marcado por un evento –al
margen de sus bien merecidos logros sexenales–: Díaz Ordaz, es recordado por el
movimiento del 68; Echeverría por “El Halconazo”; López Portillo por la
nacionalización de la banca y porque en la devaluación defendió el peso como un
perro.
Miguel de la Madrid, por una “renovación moral” que no
tuvo mayor trascendencia; Salinas, por la enorme crisis sexenal de su último
año de gobierno; Zedillo, por el error de diciembre; Fox, por su gabinetazo sin
resultados y Calderón, por su “guerra” contra el narcotráfico, que ha derivado
en miles de secuestros, levantones, extorsiones, muertos inocentes y
desaparecidos.
Toca al presidente Enrique Peña Nieto, a partir del 1
de diciembre, edificar un gobierno que cumpla con las expectativas que millones
de mexicanos tenemos puestas en su liderazgo.
Liderazgo que los mexicanos requerimos para que
nuestra transición democrática tenga resultados tangibles…Hago votos porque su
sexenio inicie con una convocatoria a la reconciliación nacional, de la que
emanen las grandes reformas que nos inserten con éxito en la competitividad.
Para el viejo Filósofo, será una fiesta cívica que
nuestra transición sexenal se dé tersamente, sin estridencias innecesarias y
sin conflictos políticos en el Congreso de la Unión, que tanto desencantan al
ciudadano, lo celebro con la alegría y el buen humor del que está plagada la
AGENDA 2013 DE EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ, como la frase que dice:
“La soberbia es como los calzones, de vez en cuando es bueno bajárselos…y hacerlos a
un lado.”…