Por Denise Dresser
MÉXICO, D.F.- De concesión gubernamental en concesión, Jorge Hank ha edificado un imperio impune bajo el sol…Golpe merecido. Golpe aplaudible. Golpe que tardó demasiado tiempo en venir. Jorge Hank Rhon representa todo aquello que el PRI debió tirar al basurero de la historia, pero insiste en resguardar. Basta con saber un poco sobre su biografía, llena de escándalos y esqueletos en el closet, ahora aireados con su arresto.
Jorge Hank Rhon es un hombre resbaladizo, escurridizo, peligroso. Es un político de viejo cuño, de vieja estirpe, de viejas costumbres. Costumbres como mezclar la política con los negocios, los puestos públicos con el tráfico de influencias, los casinos con la colusión criminal, los escoltas de seguridad con el asesinato de periodistas. Si como escribe San Agustín, la justicia es la virtud conforme se le da a cada hombre lo que merece, Jorge Hank Rhon ahora cosecha lo que sembró.
De galgo en galgo, de ocelote en ocelote, de concesión gubernamental en concesión gubernamental, Hank Rhon ha construido un imperio impune bajo el sol. Gracias al perfil político de su padre, obtuvo ventajas económicas. Gracias al pragmatismo de PRI, obtuvo puestos políticos. Gracias a la protección de su partido, construyó un archipiélago autoritario en Tijuana. Gracias a diversos presidentes, un tercio de los permisos para negocios de empresas de apuestas remotas y sorteos que existen en México le pertenecen. Como alcalde administró —según un reporte de la SIEDO—una policía municipal infiltrada por el cartel de los Arellano Félix. Como empresario creó un Hipódromo que— según un cable de Wikileaks— se volvió refugio inexpugnable para cualquiera que cometiera un crimen o fuera buscado por las autoridades estadounidenses. Como hijo de una prominente familia política armó el Grupo Caliente que —según la DEA de EU— “representa el centro de las actividades delictivas, incluido el lavado de dinero y el almacenamiento de drogas”. De acuerdo con la
Operación White Tiger, basada en un análisis de setenta mil páginas, Hank Rhon es más abiertamente criminal, más peligrosa y más propensa a la violencia que cualquier otro miembro de su familia.
Y este es el hombre que prominentes priístas llama “un distinguido militante”, “un hombre recto”, alguien que almacena armas “porque le gusta la cacería”. Hank Rhon y el partido que lo engendró han pensado y piensan de la misma manera. Ven a la amistad como complicidad, ven al dinero como instrumento para comprar votos, ven al poder político como una forma de protección. Del padre al hijo, del hijo al partido, del partido a la presidencia municipal de Tijuana, de la alcaldía de Tijuana a la red de casinos y el financiamiento a actividades del PRI.
Por eso cuando fue alcalde de Tijuana tuvo tantos simpatizantes dispuestos a apoyarlo y tantos electores dispuestos a votar por él: Jorge Hank Rhon ya se ha enriquecido a sí mismo y a sus clientelas. Al igual que su padre, Carlos Hank González, Hank Rhon siempre ha buscado controlar con una mano y seducir con la otra, destruir a sus enemigos —en el semanario Zeta, por ejemplo— sin tocarse el corazón pero con una sonrisa en los labios. Para él y su séquito de seguidores, la política es un hipódromo de clientelas y favores, contratos y concesiones, amistades que se compran y embestidas que se pagan.
Y la defensa que su partido hace ahora de él aduciendo una “cacería de brujas” revela que la cola del PRI se sigue meneando. El corazón del dinosaurio sigue latiendo. Las malas artes se siguen practicando. Actualmente en el PRI no importa si sus miembros tienen las manos sucias, con tal de que ayuden a arrebatar el poder con ellas. No importa si sus líderes tienen mala fama con tal de que tengan dinero para comprar votos. No importa si la corrupción se enquista en la maquinaria política y financiera del Edo mex, si le ayuda a ganar.
Sólo así se explica que el PRI haya apoyado y postulado y defendido a un personaje con un pasado tan picante, cuya toma de posesión cuando fue presidente municipal de Tijuana estuvo a cargo de alguien que pisó la cárcel por malversación de fondos. Un personaje cuyos amigos en el poder le regalaron propiedades federales para los negocios que ha puesto. Un personaje cuya aprehensión en el aeropuerto del Distrito Federal en 1995 —acusado de importar especies en extinción— reveló lo que piensa de la ley y lo que hace para evadirla. Un personaje cuyos guardaespaldas fueron acusados del asesinato de un periodista, y cuyo padre se volvió un hombre rico porque no quería ser un político pobre. Un personaje cuya asociación política con Enrique Peña Nieto incluye el intercambio de agentes y funcionarios policíacos, de Tijuana a Toluca. El PRI no se deslinda de la la gangsterización de la política porque la concibe de esa manera: el caso de Jorge Hank Rhon revela la podredumbre que el partido viene cargando dentro de sí.
Podredumbre que Felipe Calderón conocía, el PAN sabía, y el gobierno federal ignoró hasta que el PRI se volvió una amenaza electoral. Hasta que Enrique Peña Nieto se convirtió en el político más popular de México. Hasta que el Revolucionario Institucional se posicionó para ganar la gubernatura del Estado de México y la presidencia de la República. Y por ello el timing del golpe, un mes antes de la contienda mexiquense. Y por ello la dirección del golpe, dirigido a un miembro prominente del Grupo Atlacomulco.
Y por ello la intempestiva y poco creíble “llamada anónima” que denuncia el acopio de armas y permite la irrupción en la casa de Hank Rhon sin orden de cateo u orden de aprehensión. Y por ello la consigna gubernamental de detener primero e investigar después. El golpe a Jorge Hank Rhon es un golpe merecido pero mal dado. Es un golpe exigido pero mal propinado. Es un golpe justificado pero mal ejecutado. Es un macanazo meritorio que lleva a parafrasear la frase de Cicerón: ojalá hubiera menos justicia y más ley.